Últimas noticias del cerebro (Parte 1)

Cómo la actividad de las neuronas produce la sensación única y global de estar vivo

Hace ya 2500 años, mientras los babilonios tomaban Jerusalén y Tales de Mileto vaticinaba un eclipse, un joven llamado Alcmeón (Alcmeón de Crotona), discípulo de Pitágoras, propugnaba, por primera vez, que la sede de la mente residía en el cerebro. La idea no pasó a más porque Aristóteles dijo que no, que la única función del cerebro era la de enfriar la sangre y que la sede de la mente estaba en el corazón. La verdad es que Aristóteles se equivocó muchas veces como esta y hoy sabemos que Alcmeón tenía razón, aunque lo cierto es que no sabemos muy bien porqué. ¿En qué consiste la naturaleza humana? De momento estamos como Aristóteles, perdidos. 

Comprender el funcionamiento del cerebro es uno de los grandes desafíos que la ciencia tiene que acometer o, mejor dicho, que está acometiendo, ya que desde Cajal nunca ha sido tan intensa. Hoy sabemos que la clave, el nudo gordiano de nuestra mente, reside en la conectividad neuronal, la geometría de sus circuitos. Hoy conocemos los intrincados mecanismos por los que una neurona manda por su axón (su output) el resultado de un complejo cálculo que ha realizado integrando la información que le ha llegado de sus 10.000 dendritas (su input). También sabemos y comprendemos los refuerzos existentes entre neuronas (sinapsis) que son la base de nuestra memoria. Asimismo, utilizamos las ondas de alto nivel, que tienen su origen en la actividad neuronal, para diagnosticar enfermedades mentales o saber el grado de consciencia de una persona.

A pesar de nuestros esforzados y repetidos intentos de asociar la especifidad humana a uno u otro hemisferio cerebral, los datos demuestran con tozudez que todas nuestras peculiaridades humanas (el lenguaje, la moralidad, la justicia, las matemáticas o las artes) tienen sus raíces en la profundidad de la evolución animal, un proceso que empezaron las esponjas y medusas hace 600 millones de años.

Precisamente, las medusas fueron quienes inventaron los ojos. Existe un gen, el PAX6, que es el encargado de diseñar el primitivo ojo de estos cnidarios y su conexión con las neuronas. Este mismo gen también se descubrió en la mosca y, a su vez, es el responsable del diseño de nuestros ojos. Sus mutaciones leves causan enfermedades congénitas como la “aniridia” o ausencia de iris y una docena más. En realidad, nuestros ojos y nuestro cerebro visual tienen su origen en esas medusas de hace 600 millones de años.

Y lo cierto que esto tan sólo es el principio de la larga historia de nuestra conexión con los orígenes de la vida animal. Del lóbulo óptico de estos primitivos animales, que es el dominio de acción del gen PAX6, deriva nuestro cerebro medio, también llamado mesencéfalo, que es de vital importancia para regular la temperatura corporal, el oído o los ciclos de sueño-vigilia. De otro de nuestros sentidos, el olfato, que también hunde sus raíces en los orígenes de la vida animal, proviene nuestra corteza cerebral (nuestro córtex) que ha crecido tanto en las especies inteligentes (nosotros, ballenas, delfines o elefantes), que no cabe si no arrugado.

Todo nuestro cerebro es una enorme interrogación, un gran enigma, pero si hubiera que elegir la pregunta suprema, esa sería en qué consiste y qué es la consciencia.

“La consciencia es todo lo que experimentas” (C. Koch)

Es la canción que resuena en tu cabeza, el amor por tu hijo, ese dolor de cabeza, la dulzura del pastel de manzana, la amarga convicción de que un día todo acabará y dejarás de sentir. Dos campos científicos se disputan la interpretación del mundo con los poetas: la cosmología y la neurología. Y tiene una lógica aplastante. Una ecuación de altura sintetiza en unos centímetros de papel una inmensa cantidad de datos, lo mismo que un buen verso.

Para algunos filósofos, el enigma de los qualia (cualidades subjetivas de las experiencias personales) es inseparable del de la consciencia (cómo sentimos la dulzura del dulce, la rojez del color, la sensación de un dolor de cabeza).  Estos filósofos propugnan que el enigma de los qualia no puede ser abordado por la ciencia, porque esas vivencias son personales y no pueden aprenderse, compararse ni medirse por referencias externas. Sin embargo, esta idea está en contraposición con la que dice que la mente equivale al cerebro, como ya apuntó Alcmeón de Crotona hace 2.500 años.

Hoy en día, las investigaciones más punteras nos dicen que la “zona caliente posterior” del córtex es la que nos da la consciencia.

Si todo lo que nos ocurre se reduce a la actividad neuronal, si todo lo que somos son circuitos neuronales, la consciencia también tendría que serlo o volveríamos al animismo irracional, al alma y al cuerpo, a los espíritus, ectoplasmas y fantasmas.

Los científicos Francis Crick y Christof Koch decidieron soslayar el enigma de los qualia para concentrarse en buscar “correlatos neuronales de la consciencia”, es decir, los mínimos circuitos necesarios para que tengamos una experiencia consciente. Y la estrategia ha dado sus frutos.

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